Hace tiempo que quería compartir con vosotros algo que leí en un libro.
A mis manos llegó el libro Desarrollo del pensamiento lógico y matemático, de J.A. Fernández Bravo y en él encontré unas maravillosas poesías que pensé compartir contigo y aquí estoy.
La idea es trabajar la descomposición de números a través del lenguaje. Como justo es un tema que estoy trabajando ahora, al vídeo me remito. Aquí os dejo el documento en PDF que he creado y las imágenes que he encontrado en los blogs de Manipulando nuestras matemáticas y Plastificando ilusiones
Uno piruleta, piruleta de limón. Uno camiseta, camiseta de algodón.
Número 2
Poesía: Dos palmadas hacen ruido, uno más uno, oye el oído.
Descomposición del número: 1 + 1 = 2
Número 3
Poesía: Tres niños se escondieron, dos más uno, aparecieron.
Descomposición del número: 2+1 = 3
Número 4
Poesía: Cuatro espantapájaros hacen su trabajo. Tres son de paja y uno de trapo. Dos abren las piernas y dos abren los brazos.
Descomposición del número: 3+1 = 4 / 2+2 = 4
Número 5
Poesía: Cinco barcos por el mar navegan: cuatro más uno, dicen algunos. Susurra la voz: también tres más dos.
Descomposición de números: 4+1 = 5 / 3+2 = 5
Número 6
Poesía: En una pecera seis peces había: tres sonreían a tres que soñaban. En una pecera seis peces había: cuatro bailaban y dos saludaban. En una pecera seis peces había: cinco nadaban y uno aplaudía.
Poesía: Siete muñecos tengo en mi cama: seis de peluche y uno de lana; cinco en la colcha y dos en la almohada; cuatro con chándal y tres con pijama. Siete muñecos tengo en mi cama.
Poesía: Ocho escobas, barre que te barre: ¡Que te barren!, ¡Qué te barren! Siete más una, barren la luna. Seis más dos, barren el sol. Cinco más tres, las nubes que ves. Cuatro más cuatro, descansan un rato. Y …, ocho escobas, barre que te barre: ¡Qué te barren!, ¡Qué te barren!
Poesía: Nueve brujas novatas se ponen al día, ocho van al burguer y una a la pizzería. Siete hablan de euros y dos de hucha vacía. Seis saben idiomas y tres tecnología. Cinco andan a plazos y cuatro en garantía. Nueve brujas novatas se ponen la día.
Hoy os traigo el cuento maravilloso que descubrí hace ya muchos años, gracias al 9º concurso de Cuento No-sexista «Rosa Chacel» que organizó la Comunidad de Madrid en 2006. María Pilar Pérez Herrero ganó el primer premio con la historia ¿Tiene Patitas?
Y yo, todos los septiembre que empiezo con un nuevo curso (que suele ser 1º de primaria) se lo leo a mis alumnos y alumnas. Con esto no solo aprendemos que las cosas no tienen patitas y no pueden moverse solas (ideal para buscarle una explicación al echo de que siempre se pierdan las gomas y los lápices por la clase), si no que es muy importante que ayudemos todos a recoger y cuidar las cosas.
Por ello, he pensado, que igual alguno o alguna de vosotras también podrías leerlo en clase, así que aquí os lo dejo ¡Ya me contareis que tal! A mi me lleva funcionando muchos años y sé, que en casa, las familias también agradecen que les cuente este cuento en clase.
CUENTO: ¿TIENE PATITAS?
A lo largo de sus cuatro años de vida, por lo menos una vez al mes, Javier había oído esa enigmática pregunta: ¿Tiene patitas?
La primera vez, Javier, todavía dormía en la cuna porque, aunque él ya tenía edad para dormir en la cama, no había sitio en la habitación de sus hermano mayores. Un día, desde su gran cuna oyó a su madre decirle a Enrique:
-¿Tiene patitas?
«¿Patitas?» -pensó desde su mullida cunita-«¿Quién tiene patitas?»
Saltó rápidamente por los barrotes, justo a tiempo para ver en el cuarto de baño a su hermano mayor, recogiendo la ropa del suelo, con el ceño muy, muy, muy fruncido.
-¿Dónde, dónde, dónde, patitas? -preguntó Javier con lengua de trapo.
-¡Déjame, pequeñajo! -contestó mientras le empujaba hacia un montón de ropa sucia.
«Preguntaré a papá» -dijo muy bajito-. Pero cuando llegaba el momento tenía tantas cosas que contarle, que ésa siempre se le olvidaba. «Haré una lista» -pensó, «como la que hace papá para ir a la compra».
-¡Este chico crece muy deprisa, Juliana! -gruñía el abuelo hablando con mamá-. Ya es hora de sacarlo de esa cuna y de esos barrotes rosas ¡Se tiene que hacer un hombre!
A Javier no le importaban los barrotes ni que fueran rosas, es más, le gustaban. Le recordaban las nuebes de algodón de la feria.
-Papá, -vovía a preguntar-,¿el rosa es malo? A mí me gusta,pero en el cole dicen que es de chicas.
-No hagas caso, barbián, -contestaba papá-los colores nacen del arco iris. ¿Has visto tu alguna vez a alguien allí separando… chico, azul -chica,rosa -chico, amarillo -chica,blanco? No, ¿verdad? pues hala, ¡a jugar!… y acuérdate, siempre podrás escoger el que más te guste…
Pasó un año, y ¡por fin! Javier y su osito pasaron a una gran cama, al lado del abuelo. -¡Uf, qué bien! -dijo-, ya no se me caen las piernas por los barrotes.
Cuando entraba en su nueva habitación, de repente, volvió a oír a su madre decir: –¿Tiene patitas?
Javier ya casi no se acordaba de la frase. La voz venía del salón. Rápidamente dejó todo y se asomó despacio por la puerta, sigilosamente, para descubrir quién tenía patitas. Allí estaba su hermano mediano, Esteban, mirando la tele, intentando recoger, sin muchas ganas, por cierto, todas las piezas de su juego de construcción.
-¿Esteban, Esteban, ¿qué es lo que tiene patitas? -¡Cállate, bocazas, emigra! –contestó. Javier no entendía mucho esa palabra, “emigra”, aunque ahora la oía en todas partes, en la panadería, en la tele…, pero una cosa estaba clara, cuando Esteban la decía significaba “¡Fuera!” No le gustó nada y ahí terminó la conversación.
“Se lo preguntará a mamá, y me haré un nudo en el dedo para que no se me olvide” –volvió a pensar, y continuó trasladando juguetes y cuentos feliz en su nuevo trocito de habitación compartida. Una tarde, mientras estaba haciendo prácticas de buceo en la bañera, pues, como le enseñó su padre: “¡siempre hay que aprovechar las obligaciones para aprender cosas nuevas!”, oyó de nuevo la frase misteriosa: -¿Tiene patitas? La voz venía de la habitación del abuelo, y ¡era su padre el que le decía! –¿Tiene patitas? –repetía. “Esta vez no se me escapa” –pensó- “hoy lo sabré todo” –decía mientras salía chorreando de la bañera. Cuando terminó de secarse y de ponerse el pijama, a gatas se arrastró por el pasillo, como los indios de las películas de vaqueros que a él tanto le gustaban. Se movía silenciosamente para descubrir ese animalito que parecía vivía en su casa y él nunca había visto. Al llegar a la habitación del abuelo se paró en seco. Delante de sus narices había un par de pantuflas y un cinturón que colgaba de una bata a cuadros…: ¡El abuelo!
-¿Se puede saber qué haces? –refunfuñaba el abuelo- ¿No eres ya mayorcito para gatear? -Abuelo… ¿dónde están las patitas, puedo verlas, tienes un animalito? -Gruuu, gruuuu –resoplaba el abuelo-, tonterías de tu padre… gruuu, gruu – renegaba mientras se alejaba hacia la cocina, con una bandeja en la mano. Encontró a su madre leyendo en el salón, y esta vez fue directo a preguntarle: -Mamá, le he preguntado al abuelo, pero no me quiere contestar, ¿dónde están las patitas?, dímelo, dímelo, porfa…
Su madre dejó el libro y le acurrucó en su regazo. -¡Ay, renacuajo… –decía mientras le arrullaba. -Mamá, ¡las patitas!, hablamos de patitas… -¿Y, dices que el abuelo no te ha querido contar…? Vaya, vaya… esto sí que es delicado… ¿Y, que papá le preguntó si tenía patitas, y que salió de la habitación con una bandeja en las manos…? Vaya, vaya… estamos avanzando mucho… -Mamá, ¡la patitas! -Verás, Javier, si tú haces algo mal, ¿te gustaría que fueran por ahí tus amigos contándoselo a todo el colegio…? -No, mamá –contestaba despacito Javier-. Estaba tan calentito entre los brazos de mamá que ya no le importaban “las patitas”. Allí siempre olía a rosas, hacía tiempo que no subía a su regazo y, cerrando los ojos para recordar ese momento, sin darse cuenta se quedó dormido.
De pronto, llegó el día de su cumpleaños, ¡cinco años! Con emoción se levantó temprano, y en ese mismo instante empezaron los besos y tirones de oreja. Hoy también tendría su comida preferida, así lo anunció su madre.
-Hoy Javier decidirá qué comeremos, ¡para eso es “su día”. Javier estuvo mucho rato pensando. ¡Había tantas cosas que le gustaban!, dudaba entre la sopa de letras, eso sí, con todas, todas las letras, o el arroz con conchitas, ¡que su madre se empeñaba en llamar chirlas del cantábrico! Todos le riraban de una manera particular, era su cumpleaños y, además, ¡era domingo! -¡Eso sí que es suerte! –dijo Ernesto, el mayor. En la mesa también todo era especial, sus galletas preferidas de ositos le aguardaban. Terminó rápido su desayuno y se levantó con decisión pensando en todas las cosas que iba a hacer ese día. Justo cuando estaba saliendo por la puerta oyó: –¿Tiene patitas? Javier temblaba de emoción. ¡Eso sí que era suerte! Lo mejor que le podía pasar y precisamente hoy, el día de su cumpleaños. Resolver el misterio. ¡Por fin! Su madre, en bata todavía, le miraba con cariño, su padre sin afeitar y atento al tostador también se quedó paralizado, parecía que el mundo se había detenido. Javier no podía reaccionar, seguía parado ante la puerta de la cocina. -¿Qué, qué, qué…? –preguntó muy bajito. -Pregunto… –repetía mamá muy suavemente- que si tu tazón tiene patitas.
Javier regresó a la mesa y contempló, como si fuera la primera vez en su vida, el gran tazón verde donde todas las mañanas nadaban las galletas. Lo miró despacio. Lo levantó del plato y le dio la vuelta, y aunque manchó el mantel con tres gotas de colacao, mamá no dijo nada. -¿Patitas?, ¡pues no!, mamá, el mío no tiene… –contestó. -¡Perfecto!, qué susto me había dado, -decía mamá llevándose la mano al corazón- ¡tener en casa un tazó que anda! Entonces… –siguió hablando con su sonrisa más bonita-, ¿qué te parece si tú mismo lo recoges y lo dejas en la pila de fregar? Él solo no podría, ¡no tiene patitas! Papá dejó el tostador y sonriendo dijo:Las cosas no tienen patitas, Javier, y si no las recogemos mamá sería las patitas de toooodas las cosas. Con los años, en vez de mamá sería un ciempiés. ¿A que no nos gustaría?
Javier, recogiendo el tazón del desayuno, también se reía y reía, feliz.
Hace unos años que se juega mucho en las clases, con unos dibujos muy graciosos que primero enseñas una cosa, y al abrirlo se descubre otra. Suele hacerse con caras, pero también lo hay de regalos, animales,…
Bien, pues el otro día, gracias a Iván de la Cruz encontré el dibujo perfecto para hacerlo en clase con mis alumnos y alumnas, que había visto en el blog de Cassie Stephens
Una vez terminado el dibujo, cuando lo enseñes parecerá que llevas la mascarilla puesta, pero cuando lo abras…¡SORPRESA!
Podremos ver nuestra cara y mostrarnos al mundo tal y como somos. La pena es que no encontré el modelo para hacerlo con los míos de 1º de primaria. Así que me he puesto manos a la obra y he creado uno. El viernes lo haré en clase con mis alumnos y el fin de semana con mis hijos, en casa. Espero que os guste y que os sirva. Os dejo el enlace a los PDF.
Mi idea es que en la parte de dentro escriban palabras que les definan (Aventurero, inteligente, tímido, soñador,…) Así de este modo, además de recordar la norma de que hay que llevar la mascarilla puesta, trabajaremos la lectoescritura, que es objetivo número 1, en 1º de primaria.
Siguiendo el guión de la entrada anterior, os dejo el enlace de los vídeos de la segunda temporada. En esta temporada trabajaremos los números del 6 al 10. Contaremos ovejas, visitaremos castillos, abrazaremos peluches y hasta jugaremos con botellas verdes. ¡No te lo pierdas!